Welcome to Violet's Notebook

domingo, 31 de octubre de 2010

Calor




Ayúdame a olvidar. Ayúdame a romper estas ataduras que no me dejan escapar. Estoy harta de escribir cosas tristes, quiero avanzar. No, no quiero. Lo que de verdad quiero es sentirme libre de esta agonía. Quiero que con la rapidez de un destello desaparezca esto que me embarga, que no me deja respirar. Me empapo de lágrimas constantemente, y sin embargo tengo sed de compañía. El corazón ya no me late, hace de tiempo que yace inerte; el dolor me lo destrozó. Sé que hay un futuro, sé que algún día todo esto no será más que un pasado turbulento. Pero este es un camino largo lleno de desvíos sin salida y días sin luz.
Quítame esto. Arráncame este duro tormento que me impide seguir. No importa lo que haga, no importa que en mis días haya risas y motivos por los que ser feliz. Esta pena sigue clavada aquí, muy hondo, haciéndome sangrar poco a poco, gota a gota de sufrimiento y desesperación. Yo trato de apartarlo, te lo prometo, pero no puedo. Sigue presente junto a mí, quemándome la piel con sus abrazos y envenenando mi ser.
¿Podrías estar conmigo un momento? No te pediré mucho, solo quiero un abrazo. Solo quiero evadirme de esto por un momento, sentir que tengo aquí a alguien que recoja estos trozos de alma, con los que he dejado el rastro de este inexorable camino. Quiero sentir el calor de la esperanza, el calor de la luz. Quiero que aparezca alguien en este mismo momento para yo poder apoyarme en su regazo y llorarle todo lo que me está pasando. Tal vez pido mucho, entonces no importa. Pero es lo único que quiero ahora. No pido que lo soluciones u olvidar. Solo necesito compañía. ¿Me la darás?
Mírame, estoy escribiendo otra vez cosas tristes. ¿Cuándo se acabará esta locura? ¿Acaso he de perder lo poco que me queda para que todo esto termine? Me paso largas horas llorándole a la lluvia. He de dar las gracias por tener esto al menos. Su olor me purifica de cierta forma, pero no me puede quitar esta desazón. No hay nada que me lo quite, nada que lo haga desaparecer.
Empiezo a pensar que a esta historia aún le quedan muchos capítulos. Creo que a menos que yo decida ya un final, no podré empezar otra. Sin embargo, algo que me preocupa, es que no importa que ponga fin, una historia paralela le seguirá a la nueva: la del olvido.
Me gustaría cerrar los ojos. Caer en un profundo sueño, uno que para mí dure años, siglos. Para que cuando despierte, todo haya cambiado y solo tenga que coger pluma y tinta para empezar mi nuevo libro. Pero la vida no es así, aquí no hay hueco para utopías. Me tocará desfallecer muchas veces, y serán pocas las recompensas por mi intento.
Escribo esto para animarme, para tratar de seguir adelante. Me duele en lo más profundo de mi ser, pero voy a tener que pasar esta interminable página para poder hacer algo. Prometo que lo trataré de hacer. No sé con qué demonios terminar este pequeño relato, así que solo podré decir eso. Lo intentaré.


sábado, 30 de octubre de 2010

Corazón de plomo

¿Dónde estás bailarina mía? Oh, ahí estás, tan preciosa como siempre, bailando con tu nuevo príncipe. ¿Me has mirado? No, no era a mí. ¿Podrás volver a verme algún día? Ha pasado algún tiempo, pero sigo siendo el soldadito de siempre. La misma fusión de plomo y amor de siempre. ¿Me reconocerías si me acercase a ti e interrumpiese tus bonitos movimientos? No, no quiero estorbar, solo sería una fea molestia entre tal bella perfección.
Baila, mi preciosa bailarina, no pares… ¿Y él? Ahí está, mirando cómo bailas. Pero no, ¿no lo ves? Él no sabe apreciarte, no entiende que cada movimiento tuyo es una pincelada de alma, un pequeño trozo de tu corazón liberándose. Yo lo veo, mi bella bailarina, yo puedo sentir tu esfuerzo y tu pasión. ¿No recuerdas que me pasaba horas viéndote bailar, sin apartar la vista de ti ni un segundo? Yo era el espectador eterno, al que tu danza alimentaba y daba razones de existencia.
¡Has parado! Te acercas a él, lo miras y vuelves a bailar. No, no lo hagas amor mío. Él no te sostiene la mirada, te estudia con ella. Yo perdería mi otra pierna por una mirada tuya, porque tus ojos me quitasen de nuevo el aliento, porque mi existencia tuviese sentido de nuevo.
Sigues bailando y él empieza a mirar hacia otro lado resoplando. Pero, ¡cómo! ¿Acaso se aburre, acaso no le interesas? Iría allí mismo y con mi pequeño sable le marcaría el corazón, para que pudiese sentir el dolor que siento yo viéndote tan lejos. Pero no puedo, no te gustaría, te disgustaría, y no quisiera que eso pasase. Pero amor mío, fíjate cuando te giras, ¡mira ahora! ¡Ahora no estaba mirando! ¿Por qué no miraste? ¿Por qué no me miras a mí?
Me cuesta recordar cuándo decidiste cambiar de estantería. Cuándo dejaste de verme y cuándo apareció él para arruinar nuestro amor. ¿No recuerdas nada de aquello? ¿Recuerdas la primera vez que cogí mi corazón en un puño y me atreví a acercarme para ver cómo bailabas? Yo creí que nunca te fijarías en mí, que querrías algo más que un saco de plomo y un cuerpo a medio acabar. Yo no tenía nada que darte, nada que ofrecerte más que mi respiración y mi pequeño corazón del que ya eras dueña. Pero sin embargo, cuando notaste mi presencia, dejaste de bailar, te acercaste a mí y solo una pequeña caricia tuya en mi ardiente mejilla hizo estallar mi corazón. Fue ahí cuando hiciste surgir mi esperanza, mis ilusiones. Nunca podré demostrarte de qué manera me regalaste las ganas de vivir, la vida misma. Y casi igual de rápido que había surgido mi amor por ti, unas inexpugnables tijeras cortaron el indispensable lazo que nos unía. Yo caía al suelo y te veía desaparecer a lo largo de un túnel, encontrándote con él y dejándome a mí en la oscuridad del abandono. Pero no te guardo rencor, jamás podría, sería como clavarme a mí mismo un sable impregnado de veneno, porque bailarina mía, tú eres el aire que necesito, el motivo de mi sed, la cura de mi ceguera, las caricias por las que mataría.
La guerra se está acabando amor mío, y la única pólvora capaz de salvarme reside en tu corazón. Nada ni nadie puede ayudarme, jamás podré olvidarte, nunca dejaré de amarte. No me importa qué estés haciendo, ni con quién, para mí siempre serás mi preciosa bailarina, el aceite de mis engranajes, el corazón que me falta. ¿Me has mirado? Salgo un poco más de las sombras para asegurarme, y ahí estás. Tus preciosos ojos verdes cristalinos desgarrándome el corazón, resaltando sobre tu nívea piel, la cuna de mis caricias. Te apartas un pequeño mechón rubio del cabello y con la elegancia que tu danza te ha otorgado, te acercas y puedo verte mejor. Como si un foco te señalase, te conviertes en la protagonista del instante, y puedo verlo. Veo el reconocimiento en tu mirada. Pero, ¿cómo? Veo tristeza en tus ojos, no, no es eso. No quisiera malinterpretar, pero, ¿acaso me estás pidiendo perdón con tus preciosos ojos? No bailarina mía, jamás. Me acerco un poco más, mantengo la compostura y te hablo con los ojos. Al principio te grito, quiero que sepas cuánto te amo. Pero no sería correcto, así que solo te digo que te quiero, pero que no te preocupes. Él te llama, interrumpiendo la magia del momento, mi último suspiro de vida. Tú le miras, y antes de regresar con él, me vuelves a mirar, y bajas la cabeza con la elegancia de un cisne, para volver a bailar, pero no para mí, para él.
Gracias amor mío, gracias por este regalo tan grande. En algún lugar de tu corazón recordabas mis sacrificios y mi devoción. ¿Habrás sentido en ese segundo algo de lo que en un día me dejaste entrever? Nunca lo sabré, nunca me dejarás saberlo.
Te miro bailar, miro cómo sigues otro camino. El fuego de la chimenea te arropa convirtiendo en magia tu íntima actuación. Después de toda una vida, de todo un amor, dejo de mirarte y me acerco al borde de la repisa. Puedo ver las llamas llamando a los amores perdidos, avivando corazones enamorados y creando escenarios inolvidables. Miro atrás, y te veo bailar por última vez. Te quiero bailarina mía, nunca jamás dejaré de hacerlo. No espero que entiendas, no fue culpa tuya, somos esclavos del terrible amor, que nos hace sufrir, amar, odiar, estremecer y desgraciadamente cambiar. No te guardo rencor, solo mi corazón entero. No quiero dejar nada, tal vez podría molestarte verlo algún día. Baila bailarina mía, baila. Yo ya he terminado con mi labor, jamás volverás a quererme, jamás volveré a sonreír, ¿acaso tengo otra elección? Sé que en su momento me quisiste, sé que con esa mirada me demostraste que tenía un pequeño hueco en tu corazón, no sé qué pasará ahora mismo, yo solo guardo lo que me has regalado. Baila bailarina mía, sonríe a las estrellas. Yo seré una de ellas. Allá a donde voy no habrá nada para mí, pero me llevo algo muy importante. Baila bailarina mía, nunca dejes de hacerlo. Adiós, te amaré siempre, pero no volveré jamás.

(U*'s Property)

miércoles, 27 de octubre de 2010

Saltar


Este no es el llanto de un corazón con su pena. Este no es el llanto de un corazón roto. Es la desesperación de un corazón que sabe que no hay solución. Aunque mire atrás sé que no hay camino, las puertas están cerradas. No hay posibilidad de pensar “¿Pero y si…?”, no. No hay final feliz. No aquí.
Por mucho que me hunda en dolor de vez en cuando y lágrimas de impotencia y melancolía se abran paso en mis ojos, sé que no habrá rescate. Esta torre es muy alta como para que nadie se atreva a escalarla. Es la torre que he construido con mi tormento y agonía. Está hecha de penas y recuerdos. ¿Solución? Saltar. Tengo que saltar. Tengo que subirme al muro del balcón de mi pequeña prisión en lo alto de la torre y saltar. Pero es difícil. ¡Este ha sido mi hogar durante mucho tiempo! He intentado salir al menos para ver el paisaje del destino, pero la luz del sol era demasiado purificadora para mí. Me quemaba y trataba de romper mis cadenas. Pero ¡yo no le dejé! Esas son las cadenas que me mantienen aquí. Sé que tengo que huir de aquí, pero es tan doloroso. Siento desgarrarse a mi corazón, cómo grita de dolor. Me pide que salga de esta maldita celda y que acabe con su sufrimiento de una vez. Pero le pido paciencia. He llegado a asomarme y he visto lo que me esperaría fuera, le digo. Pero no puedo hacer más. Incluso llegué a subirme al muro, pero entonces las cadenas tiraron de mí y recordé por qué estaba allí. Cerré la puerta y me hundí de nuevo en la oscuridad.
Estúpido. Patético. Lo sé. ¿Pero qué hago? El hierro de esta torre ha enmohecido por el tiempo. Es el tiempo el que me impide saltar. Clava sus afiladas uñas en mi piel y me hace sangrar. Me susurra amenazante al oído todo lo que quise y quiero. Su atractiva voz me impulsa a querer abrazar a esos malditos recuerdos que me destruyen y tanto quiero. El pasado es imborrable, me suele decir. Siempre me acompañará haga lo que haga, me advierte. ¿Por qué no cambian las cosas? ¿Por qué no viene nadie a despojarme de este puñal que llevo clavado en el alma? Muchas veces he esperado a que alguien viniese a sacarme de aquí. Vienen de visita, pero nadie se queda. No les culpo, no es su deber. Soy yo la que tiene que salir de aquí. Soy la única que tiene el poder necesario para arrancarme este peso que llevo encima. Debería ir en este momento. Debería saltar sin pensarlo, estirando los brazos, dejando que la fuerza del viento me quite todo arrepentimiento. Quién sabe. Tal vez aterrizaría en un lugar totalmente distinto. En un sitio nuevo donde no quede resto del pasado. Donde el único dolor queda en un pequeño hueco de mi corazón, reservado para los recuerdos con los que aunque me entristezca, he de acarrear toda mi vida.
Sé qué un día acabaré saltando, pero no sé cuando. Aquí no hay calendario ni reloj. No hay modo de preparar el destino, la única posibilidad de escribirlo es en la acción del momento. Hasta que llegue el momento en que por fin decida empezar a caminar, seguiré aquí. Sumida en la incertidumbre. En lo más alto de una torre, conviviendo con la pena y mirando desde las sombras la salida.

domingo, 17 de octubre de 2010

Sentimientos...


Sentimientos; dulce veneno que te va destruyendo poco a poco. Me hace gracia que hace diez minutos estaba plasmando mis emociones en papel y ahora ya no me sirven de nada. En poco tiempo, cambié por completo de parecer, lo escrito ya no tiene sentido porque ya no siento lo mismo. No sé si estoy colérica o hundida. Ambos sentimientos se entremezclan sofocando a mi corazón, hundido en la miseria de la incertidumbre. Ahora estoy escribiendo esto, tratando de sacar alguna conclusión, una respuesta a mi actual autoestima, al pasado y a mi relativo futuro. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que tengas tanto poder sobre mi? ¿Acaso te has dado cuenta de que en menos de 24 horas me hiciste subir a la pantomima del Olimpo, luego de una patada me mandaste a un solitario paraje de la Tierra y ahora con unas palabras me convertiste en una marioneta del teatro del Inframundo? No, no lo puedo entender. Yo tengo claros mis sentimientos, aunque muchas veces me acorralan en una esquina y se ríen de mí, confundiéndome y tratando de hacer que retroceda todos los pasos que había logrado avanzar. Pero, ¿tú? Tan pronto como me regalas una sonrisa y un equilibrio a mi corazón, colocas un muro entre los dos y no me dejas ver qué está ocurriendo. Ahí es cuando la agonía regresa para arrastrarme con ella, porque destrozas de un soplido mi castillo de cartas con el que había logrado entender lo que sentías por mí. Pero aún hay más; ¿qué me dices de cuando con un suave arrullo melodioso me dices “te quiero” mirándome a los ojos? Pero tras eso, vuelves a comportarte como si nada hubiese pasado. ¡No me puedes hacer esto! ¡Me dices que me quieres, me haces ver una parte de tu corazón que creía ya esclarecida para luego no hacer nada por ello! ¡Escúchame! ¿Te crees que las palabras no tienen importancia? ¿Crees que me puedes soltar eso sin esperar consecuencias? Esas palabras tienen más peso del que jamás tú verás, mi corazón se resquebraja en pequeños cristales punzantes que se me clavan en el alma cada vez que actúas de esa manera.
Mírame, arrepentida. Malditos sentimientos… Hoy pensé que estaba al otro lado de la meta, y sin embargo me quedaba tanto… Me comporté como una idiota, creí tener el mundo en mis manos, que ya lo había superado; creía que era yo la que controlaba la situación. Y sin embargo, tú, verdugo sin escrúpulos, me engañaste con caricias engañosas para que cayese en tu red. Y caí. Caí de manera casi automática. Y entonces fue cuando me dijiste aquello y aquella seguridad que me embargaba se rompió en infinitos pedazos e inconsciente comencé a bajar las escaleras hacia tu maldito abismo. ¿Qué hice? Muy idiota de mí me intenté reanimar, pero mi “yo” irracional no se dejaba controlar. Lloré y me hundí a mí misma en mi cada vez más usual compañera, la desolación. ¿Y luego? Luego explotaste en mí mil y un sentimientos que cabalgaban descontrolados por todo mi ser. ¿Cómo pudiste? ¿Por qué ante mí tenías una invisible máscara y con los demás alardeabas de que realmente no te importa lo que nos pase? ¿Por qué coño fuiste capaz de decir que no había solución por mi culpa? ¿¡Es que no ves que yo enterré bajo tierra mis sentimientos para no herir los tuyos!? ¿No ves que luché por nuestro amor poniéndote por encima y dejando que mi ser se fuese destruyendo cada vez más dolorosamente porque no quería perderte? Y tú te atreviste a decirlo. A mí me enseñabas tres caras distintas, a cada cual más dolorosa, y luego descubrí que había otra más. Esa que no te atreves a enseñarme, porque sabes que no es verdad. Sabes que lo que les dices a ellos es mentira, yo jamás fui ni seré así. ¿Pero qué te pasa? Es imposible saberlo, porque como bien solías decir, tú eres así y por tanto no hay nada que hacer. No te engañes más, no me quieres. Si fuese verdad, jamás me habrías echo esto. Si fuese así, ahora mismo dejarías esos malditos hilos que me clavaste en el corazón para jugar conmigo. ¿Suena duro? Lo sé, pero es lo que estás haciendo conmigo. Hoy cielo, ¿qué cara toca mañana?
Duelen, cómo duelen estos sentimientos. Pero lo tengo que hacer. Aunque por cada paso que doy para alejarme de tus viciosas manos un martillo muy pesado me golpea en mi interior, es lo que tengo que hacer. Alguien dijo una vez que deje pasar el tiempo, que lo que tenga que pasar pasará. Es muy difícil para mí asimilar tal hecho, pero he de hacerlo. Trataré de seguir mi camino, apagaré las molestas luces de la ciudad y dejaré que las estrellas me guíen. Y aunque me duela, y aunque sé que voy a caer en tu estúpido pozo de nuevo, porque así de duro es el incontrolable amor, lo haré lejos de ti. No te estoy diciendo que me voy a ir, una pequeña parte de ti no se lo merece. Pero yo no voy a dejar que me vuelvas a engañar. Tú puedes pensar y decidir de una maldita vez qué es lo que sientes, y podrás decírmelo si quieres algún día. Pero yo soy libre, tengo alas para volar muy alto, tanto que tus demoníacos hilos se romperían. Todavía tienes a mi corazón encerrado en esa jaula, pero no importa, con el tiempo, se oxidará y yo podré volver a sentir. No sé qué sentiré, con quién ni hacia quién. Pero no importa, porque algún día, mis sentimientos cambiarán, algún día llegaré al final del camino y ya no hará falta andar más. Costará avanzar, caeré y tendré que levantarme por mí misma; llevará su tiempo y será doloroso. Pero ahora mismo no me importa, yo lo haré. No tendrás que volver a juntar pedacitos de corazón humillados por su rendición, porque yo pienso mantenerlo intacto cueste lo que cueste.

viernes, 15 de octubre de 2010

Abre los ojos...


-He pasado demasiado tiempo bajo tierra. Tragándome mi destino, dejando que el cielo me juzgase. Joder, me siento como si hubiese estado años sin abrir los ojos. Me centré tanto en lo mal que lo estaba pasando que no me paré a pensar en que realmente no pasaba nada. Todo se había solucionado, terminó un día y ya está, pero yo había decidido alargar el momento indefinidamente. Me ahogué a mí mismo, no me daba cuenta de que nadie me estaba quitando la vida, yo la estaba despreciando. Y mírame ahora… ¿Cómo pude comportarme de esa manera? Bueno, tal vez tenía que ser así. Tal vez sea normal hundirnos ante algo tan doloroso, para después aprender a resurgir de entre las cenizas y empezar desde cero. Pero por dios, es que ahora lo veo todo tan lejano. Me siento tan extraño… Como si pudiese mover el mundo con un solo dedo. No sé por dónde empezar, solo sé que ahora mismo no pienso rendirme por nada y voy a empezar a actuar desde ya….
- ¿Y qué es lo primero que vas a hacer?
- Lo primero que voy a hacer es dejar de pensar…- dijo antes de coger su cara entre sus manos y sumergirse en la irracionalidad de un apasionado beso.

Divagaciones de una mente perdida...


Pasaron años, casi décadas hasta que por fin pude abrir los ojos. Había permanecido mucho tiempo bajo la sepultura del odio y por entonces aún me costaba respirar. Di dos pasos cautelosos y entonces volví a sentir mientras comenzaba a caer una suave lluvia que me devolvió el sabor. El viento certero me trajo el aroma de la existencia y los gritos de los ángeles. Y tras aquel espeso bosque, límite del deseo, mis ojos hallaron la grandeza del infinito horizonte.
Como pequeños dientes de león que el aire traslada sin rumbo fijo, los recuerdos vinieron a mí inexorables, empapándome sin esperar resistencia:
-Quédate conmigo-, me dijiste. Pero tú no veías que mis alas eran muy grandes para aquel minúsculo cuadrilátero.
-No lo acepto-, me recriminaste. Pero la decisión ya estaba tomada y tú no fuiste capaz de ver cuánto me había costado escalar hasta aquella cima, donde me reencontré con los dioses, quienes me arroparon con torrentes y rayos, garras y gritos.
Pronto, tropecé con la agonía y caí por la colina entre zarzas y espinas. Pero yo no me daba cuenta de que aquello era solo el diseño de mi propio laberinto. Yo era la arquitecta de mi tormento, podía dibujar salidas y sin embargo me dedicaba a colocar grandes murallas.
Ahora los recuerdos me acarician la piel y rozan mis heridas. Soy yo quien controla estas sombras indestructibles. Suspiro aliviada, mientras les suelto la mano y las dejo marchar. Permanezco un rato con los ojos cerrados mirando al cielo, mientras la lluvia recorre mi cuerpo desnudo, llevándose consigo el barro y purificando mi alma. De repente, oigo una voz y asustada me doy la vuelta. No hay nadie, pero puedo notar el cambio. La lluvia comienza a caer torrencial y la luna está siendo protegida por los espíritus grises del cielo. Una pisada. Me giro y ahí estás, con una leve sonrisa y ojos lascivos:
-He vuelto-, me dices, y te acercas un poco más. Creía que éramos idénticas pero ahora puedo ver mi equivocación. Tus ojos se ahogan en llamas de sacrificio y tu aterciopelada piel brilla con un aura lapislázuli por la luz lunar. Tu cabello sedoso se agita rebelde por el viento, y tus delineados labios esperan inquietos, sedientos de dolor. Te creí insuperable e incapaz de sortear; y ahora te veo perfecta, radiante y atractiva, como depredadora que eres tratas de convencer a tu presa. Pero ahora las cosas han cambiado. Sé que te propones arrancarme el corazón otra vez, pero he resurgido con uno nuevo al que no voy a dejar que corrompas. Ya no formas parte de mí, y hoy decido que no vas a hacerlo.
Me preparo, atenta a todos tus movimientos, mientras tu elegancia destructiva quema pétalos cercanos. Esperas ganar, y sin embargo, te sorprendo cuando me abalanzo sobre ti, porque esta vez he decidido destruirte yo a ti; hoy yo he dado el primer paso. No sé cuánto duró esa lucha entre almas, ni cuántas veces traté de echarte de mi ser, mientras tú intentabas alcanzar mi corazón con tus afiladas uñas; pero de pronto, me vi sola de nuevo. La huída de tu presencia equilibró el escenario y la lluvia menguó, mientras el resto de espíritus terrenales se calmaba, yo me dejé caer sobre la húmeda hierba, mientras gotas celestiales curaban las heridas del reciente enfrentamiento. Había ganado, había logrado echarte de mi vida. Entonces ya sabía que algún día querrías regresar, pero yo tendría mi escudo preparado, o quién sabe, puede que para ese momento las cosas hubiesen cambiado de nuevo. Pero allí, alma entre espíritus superiores, yo solo vivía el presente, yo solo me dejaba embriagar por la pequeña victoria y trataba de tranquilizar a mi corazón. Pero mírame, escribiendo sin ton ni son. Contradiciendo de vez en cuando mis palabras con mis emociones. Tratando de describir un momento, un relato, una parte de mí que tal vez aún no se haya dejado ver. Ni idea de si está bien escrito o no, si sirve para algo o es solo un malgasto de tiempo. No sé de dónde vino esta historia ni cuántas páginas abarcará, pero por ahora, me está sirviendo de desahogo, así que déjame terminar.

jueves, 7 de octubre de 2010

Hoy


Hoy voy a ser del color del contraste del cielo. Hoy voy a enseñarte el sabor del mar. Hoy quiero extender mis alas y dejarme llevar.
Quiero gritar, quiero saltar. Atraparé la luna y crearé mi propia constelación. Hoy quiero llevarme corazones rotos conmigo y enseñarles la luz. Hoy quiero quitarte la venda de los ojos y acompañarte al sol. Hoy quiero cielo, hoy quiero fuego.
Hoy voy a enseñarte de lo que soy capaz. Vas a verme respirar estrellas y comerme amaneceres. Vas a subirte en mi tren rumbo a lo desconocido, rumbo a un lugar lejano. Vas a sentarte a mi lado y escucharás mi historia. Hoy te daré un regalo y lo vas a abrir, vas a aceptar mi eterno arcoiris.
Hoy tengo claro hacia dónde quiero ir. Hoy no preguntaré por qué, sino cuándo. Porque hoy he aceptado el atardecer de tus sueños y lo vas a ver conmigo.
Y cuando asustado me preguntes por qué, te diré que no sé, que es el viento mi guía y los sueños mi destino.
Y cuando quieras saber a dónde he ido solo tendrás que seguir la estela de luceros que he dejado para ti.
Y cuando te veas solo, me irás a buscar, pero no me encontrarás porque yo estaré detrás de ti.
No importa a qué saben las fresas si te apetece probarlas. No importa si te pierdes por el camino, yo te enseñaré la salida. Hoy no importa nada, porque hoy, yo voy a comerme el mundo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

No puedo...

No, no puedo. No puedo seguir sintiendo cómo ardo por dentro, cómo se queman mis sentimientos, mi alma. No puedo seguir desquebrajándome poco a poco, con estadillos cada vez más fuertes y sonoros. Ya no me queda corazón, te lo has cargado todo, y sin embargo, todavía duele.
No puedo seguir adelante. Lo he intentado, pero no puedo. Intenté despejarme y pensar en otras cosas, pero es inevitable. Todo me trae recuerdos, dolorosas punzadas que me atraviesan la piel sin compasión. Me despojaría de todos ellos para no verlos nunca más, pero ya es demasiado tarde. Forman parte de mí, y por eso no puedo olvidar, no me dejan olvidarlos.
No, no puedo seguir con esta incertidumbre. ¿Qué he hecho? ¿Acaso hice bien? No lo sé, no puedo saber. Dicen que siga mi corazón, ¿cuál? ¿Ese al que ya no le queda vida? No tiene mucho más que decir, no sabe a dónde ir. Lo daría todo porque me dijeses qué hacer, porque me tapases los ojos con tus cálidas manos y me guiases hacia la salida de este infierno cruel. Y sin embargo, tengo cientos de manos entre las que elegir, todas se ofrecen a servirme de guía, pero yo no puedo escoger ninguna. Os escucho, lo prometo, pero no puedo seguiros, no entendéis mi ritmo, no entendéis que tengo muchos trozos de corazón que recoger para poder seguir adelante.
No puedo. Un logro para mí ahora es no llorar, y sin embargo, cuando me reconstruyo a mí misma y doy un pequeño paso adelante, esa pérfida sombra viene a por mí para ahogarme en las oscuras aguas del dolor. Y ya no puedo salir, y ya no puedo reír. Ya no puedo seguir adelante porque el agua no me deja ver el camino.
El tiempo….Dicen que con él todo se acaba superando, pero ¿por qué tarda tanto? ¿Por qué no se lleva estas duras espinas que acorralan a mi corazón? No puedo esperar más, no quiero ni empezar. Me dejaría caer a cualquier abismo que me prometiese la huída a un lugar mejor. Me dejaría arrastrar por cualquier alma perdida hacia su propio infierno con tal de no vivir el mío. No puedo hacer otra cosa, la memoria se ríe de mí trayéndome dolorosos recuerdos y jugando con mi conciencia. Fue tan bonito en su día… y ahora no es más que un afilado puñal que desangra mi alma. Aquel abrazo, aquella canción, aquella sonrisa… todo ha quedado reducido a un cúmulo de ases en la manga del destino para llenarme el camino de reparos y no dejarme avanzar. No es tan fácil, no, no lo es… Mírame a mí, hundida en estas arenas tenebrosas…
No, no puedo. ¿No ves que es casi imposible para mí soportar la idea de haberlo perdido todo? ¡Lo sé! ¡Sé que estas son las consecuencias de mi elección y de que creí que esto sería lo mejor! ¡Por esto nunca quise cambiar las cosas! ¡Por esto me conformaba con apartar ese dolor que ahora veo tan sano! Nunca quise salir de la boca del lobo, y ahora siento que me encuentro en lo más hondo de su negra pupila, cayendo sin parar en un lugar del que por ahora no creo que vaya a salir. Pero, ¿qué hago? Me dicen que me espere, pero ¿no te das cuenta de que luego puede ser peor? ¿De que tal vez luego no haya marcha atrás? Y sé, que negando la luz nunca volveré a ver, que si me tapo los oídos jamás volveré a oír. Pero ya casi no me importa porque de verdad veo que no puedo. Y seguiré caminando por este fangoso mundo que me está tragando. Y seguiré lamentándome por este horrible sufrimiento que no me deja respirar. Seguiré descalza por este camino de brasas y espinas repitiéndome a mí misma “No puedo, no puedo, no puedo….”